lunes, 16 de noviembre de 2015

La libertad


En este viaje que emprendí he tenido aprendizajes muy importantes, y uno de sus temas top es la libertad. Escribo esto no tanto para compartirlo, sino para registrarlo, para ordenar un poco y hacer un esquema breve de lo que he ido interiorizando intelectual, sentimental y espiritualmente. Tal vez no sea muy útil para nadie, pero estas realizaciones o “darse cuenta” han cambiado radicalmente mi manera de percibir la vida. Lo publico porque puede que alguien esté también en la misma búsqueda de respuestas que yo, si es así, siéntase con toda la libertad de que tengamos un diálogo, nos podemos aportar desde nuestras experiencias. Tal vez el hilo de razonamiento no haga mucho sentido al lector(a), pues lo que describo a continuación tiene que ver con mi propia forma de procesar, la información que considero relevante en este tema puede no serla para otros.

En la historia de la humanidad ha habido una lucha constante para alcanzar la libertad, los contenidos van variando, pero la meta es la misma: libertad de expresión, libertad de asociación, libertad para la igualdad, libertad de la opresión por los que detentan el poder. Siempre se busca emanciparse de algo, lo que hace de la libertad un concepto íntimamente asociado a su precedente, en una dialéctica constante con aquello de lo que busca desasirse. Por lo mismo, comúnmente se piensa que la libertad es sinónimo de felicidad. Se rompen las ataduras que nos aprisionaban, quedamos libres para poder realizarnos en nuestro verdadero potencial. Pero la libertad no necesariamente significa felicidad, significa vida y mientras haya vida, la lucha sigue.

La libertad no es un estado final, la libertad no tiene asociada ninguna emoción en particular. La libertad es un concepto vacío que se rellena con cualquier estado psicológico/mental/espiritual de la persona que la logra. No por nada es llamada “libertad”.

Para algunos la libertad puede ser sinónimo de grandes angustias por el caos que deviene cuando se alcanza, por la posibilidad de asociación con cualquier otra cosa luego del desligue de lo que se quiso liberar en un primer instante. Por lo general, estamos tan acostumbrados al sometimiento que al alcanzar un estado de libertad, es decir de incertidumbre, queda el remanente de querer volver a asociarse a algo o a alguien. La libertad es algo difícil de sostener, por lo que funciona casi siempre como un ideal más que como algo que se practique. Por la libertad es que nos movemos como humanos, el cambio es posible cuando hacemos de ella nuestro norte. La libertad nos da la sensación de progreso, aunque esto signifique volver a entregarnos a otro tipo de atadura, al menos es una en la que la voluntad está comprometida. Luego de la libertad somos libres de atarnos a lo que dicte nuestro deseo. Después de todo, está en nuestra naturaleza implicarnos, enmarañarnos con circunstancias externas, con personas, con sistemas, con rutinas, en fin, se nos da fácil desear. La libertad es la ilusión de la vida, su horizonte, el que siempre se va desplazando más y más allá. La libertad es lo que está verdaderamente vacío, no el deseo, este siempre puede rellenarse con multitud de cosas, muchas de ellas bien definidas y universalmente generalizadas. Si existe un estado de satisfacción, aunque sea temporal, significa que sí podemos alcanzar lo que deseamos. Que eso sea transitorio, es otro tema.

Sin embargo, está el camino de los que buscan un estado constante de libertad, que luchan por la autoliberación, quienes emprenden el camino del Buda, un camino más allá de la lógica del lenguaje. Buda buscó la iluminación, un estado en el que se liberó de todos los condicionamientos, en un viaje interno en el que buscó descubrir al supremo arquitecto, al “constructor” de la rueda eterna de nacimiento y muerte en la que nos encontramos para así poder salir de ella. Se dice que cuando logró la iluminación llegó a la verdad y se deshizo de toda ignorancia, esta última entendida como la creencia de que existe un desconocido detrás del conocer. La iluminación consiste en trascender el dualismo de conocedor versus objeto del conocimiento, la oposición entre saber y actuar, entre el mundo y el yo. Es algo difícil de abordar por la lógica, cayendo en constantes contradicciones cuando se lo trata de explicar, por lo que se tiene que experimentar a través de la intuición de la propia verdad y con ayuda de la voluntad. La iluminación no puede enseñarse a otros por medios intelectuales, por lo que la doctrina del budismo no es realmente una doctrina, si no una búsqueda interior constante, ya que no hay nada que se pueda recibir desde otro con respecto a la iluminación. Buda busca ser su propio amo, trascendiendo el dualismo de ser amo o esclavo.

Buda logró ser libre y decidió mantenerse en ese estado, y pese a que pasó periodos de mucho ascetismo renunciando a involucrarse en las actividades mundanas, al final se da cuenta de que eso tampoco es libertad. Menciona entonces el “camino medio”: la sabiduría está en no entregarse a reglas generales sobre nuestra existencia y simplemente fluir, vivir sin entregarse a ningún exceso, tanto ascetismo como apasionamiento. El buda nos llama a vivir una vida dinámica, con un fluir natural, sin sistemas o preceptos, buscando en el interior de cada uno cómo llevar su propia libertad en la vida cotidiana. El sistema ético a seguir no existe, está en construcción constante. Para ser libre no es necesario convertirse en un monje y meditar por el resto de la vida sin involucrarse con nada ni nadie.


La rama zen del budismo se acerca más a vivir la cotidianidad con libertad. Aún no estoy tan informada sobre la historia y las prácticas actuales de esta rama, pero lo que he averiguado hasta el momento me parece bastante satisfactorio. Me atrae el dinamismo de la verdad que se busca, lo que nos hace conectarnos mucho más con lo que está pasando ahora, en el presente, dentro de nosotros mismos. Otra cosa que me gusta es que la verdad no se va a buscar a ninguna parte, ni se le pide a otros que nos la muestren. Pero hace falta harto coraje para enfrentarse a esa verdad, es un trabajo duro aprender a ser sinceros con nosotros mismos y aceptar lo que sea que sea. Sacarse la venda de los ojos es el primer paso y el más difícil.

viernes, 19 de junio de 2015

Personajes que amanecen


Episodio de hoy: La Señorita.


La señorita se despierta por la mañana tratando de escapar sus ojos del rayo blanco que inunda la habitación. Moretones glaceados inundan el techo mientras la señorita busca una excusa para no hacer nacer un nuevo día. Como podemos adivinar, la señorita no encuentra ninguna lo suficientemente buena. Se estira rabiosamente en su cama, gritando refunfuños alegres. A la señorita no le importa no vestir un atuendo para el desayuno, aunque un sombrero nunca está demás, se dice mientras hace rodar ligeramente uno naranja por su brazo. La señorita siempre se siente misteriosa luciendo ala ancha. Se sienta en su mesa con mantel a cuadros rojos y blancos. Esto, por motivos peculiares, hace sentir a la señorita como si en cualquier momento pudiese venir una fontana di pasta hasta su mesa, aunque sólo tenga pepinillos o un trozo de pan de pascua regalado. La señorita mira por la ventana, teniendo su momento diario de preguntas filosóficas, solo que ella no sabe que lo son. La señorita espera tranquilamente un vaso de leche, traído por una nube blanquiamarilla desde su refrigerador. Si conociéramos más a la señorita, podríamos decir que está acostumbrada a anomalías como esta.

sábado, 30 de agosto de 2014

Reflexiones post-Sabato

Estuve leyendo una de las últimas obras de Ernesto Sabato y a su término me dejó sumida en preguntas, como todo buen libro. Como un deshielo que da origen a una veintena de ríos, prefiero subir mi balsa a uno de ellos, a ver hacia dónde me lleva. Sabato postula el dolor como factor clave en la evolución de la humanidad, de su historia individual y colectiva. El sufrimiento sería el que gatilla y permite cambios y, así, sería capaz de engendrar novedad. Asimismo, pone al sentimiento trágico como  catalizador para la creación artística. Ejemplifica con su propio gran descontento ante la miseria y el dolor humanos, su lucha por encontrar a Dios en los desdichados. De esta forma pudo plasmar historias en sus personajes, con la esperanza de poder aplacar las angustias existenciales de sus lectores, ser una “tabla en el mar” a la cual pudieran aferrarse. Ejemplifica también con las biografías de grandes genios inmersos en la melancolía o la pobreza total, como Rimbaud, quien es uno de los que “su destino es la belleza”. La belleza reside para Sabato en una experiencia intensa, pero hay que hacer notar que su definición se entrega mucho más al rango desgarrador de las emociones. En “Antes del fin” Sabato se muestra bastante apocalíptico respecto al futuro y lo es también la forma misma de relatar su historia, plagada de injusticias sociales que parecen nunca encontrar paz. El motor de Sabato estaba en su dolor, en su confusión, también en su esperanza. Encontraba alivio en la verdad y en la belleza, con anhelos de escapar de y mejorar a la vez este mundo.

Me pregunto si el sufrimiento y la angustia serán las únicas fuentes de autenticidad humana. Siempre que llego a este punto, me encierro en el mismo callejón ¿Qué es lo que se puede considerar auténticamente humano? ¿es la verdad algo humano? ¿el dolor? ¿la belleza?. Me pregunto si una vida de dolor, excesos e inmoderaciones es lo que termina desembocando en una existencia artística. Me pregunto si el dolor es el único motor que puede mover la gran maquinaria creativa que llevamos dentro. Una intuición me dice que no es la única vía, aunque tal vez mi ingenuidad en estos temas me hace desear que no fuera la única forma.

¿Qué hay del entusiasmo, la adrenalina, la vitalidad, la alegría y los placeres? Me molesta cuando se toman por banalidades, por aspectos superficiales y encubridores de La Gran Verdad, identificada esta con una experiencia límite en torno a la cuasi destrucción del ser. No apoyo esta veneración a la angustia como origen único de la verdad o la creación. Sin embargo, es muy valioso que quienes han tenido este tipo de existencias se sientan agradecidos de su sufrimiento, pues para ellos fue motivo de crecimiento. Se quemaron y renacieron de las cenizas todas las veces que pudieron, hasta extinguirse.

Creo que desde el lado luminoso de la existencia hay motores que mueven a creaciones verdaderas, tan rebosantes en belleza y novedad como las creaciones de los grandes nostálgicos de todos los tiempos. Tal vez el poder destrozador de paradigmas de estos trágicos personajes de nuestra historia viene  sacado directamente de sus existencias marginales. Estoy de acuerdo que mientras más se adapta la persona al sistema, más normalizada se vuelve, lo que puede crear es nada nuevo bajo el sol. ¿Será la insatisfacción un factor incidente en crear algo valioso? Intuitivamente, pienso que sí, pero ¿debe ser esta insatisfacción permanente para que rinda frutos?

Puede que sea cuestión de énfasis, en cuál impulso o voluntad es pionera de nuestra propia y particular existencia. Una persona angustiada la mayor parte del tiempo puede encontrar en el arte una escapatoria, una catarsis. Puede que lleve su vida en torno a esta desembocadura de sus tortuosas cavilaciones. Más no toda persona sufriente encuentra esta solución. Por el lado opuesto, una persona que no sufre puede nunca llegar a incomodarse demasiado como para querer crear algo más que lo que tiene ya a disposición. Sin embargo, hay quienes tienen sentido de compasión y se conmueven e inquietan por la miseria ajena y esto los motiva a crear. Me pregunto ¿habrá otro tipo de persona, no esencialmente sufriente ni compasiva, pero sí lo suficientemente incómoda como para ejercer el oficio de alquimista en cualquiera de sus ramas? ¿Cuál será el motor generativo para esta persona, si no es la compasión o el dolor propio? ¿Será el instinto por conocer? ¿Será la compulsión de cruzar el umbral de lo común e ir más allá? Y ¿puede esta voluntad llegar a tener la urgencia necesaria para toda creación? Quiero creer que sí, pues no me resigno a tener una vida neurótica y desdichada para poder crear. Tal vez sí hay que estar un poco loco, divergir en hábitos para llegar a verdades haciendo otros senderos, tal vez atajos, tal vez vueltas más largas. El tiempo no es algo con lo que quiera luchar ya. Quisiera desmarcarme del apuro de las horas y reemplazarla por la sensatez de la necesidad. Lo último que quiero es entablar una carrera conmigo misma -o peor aún, con otros- para convertirme en una máquina  creativa. Pienso que las circunstancias de nuestras vidas dictan el ritmo al que podemos soltar un regalito al mundo, unos versos sinceros, unas imágenes capaces de habitar a quien las vea.

Me recuesto de espaldas en mi balsa, disfrutando su navegar y el sol entibiando mi cuerpo, haciendo un perfecto equilibrio con el fresco ese del viento. Luego de un momento me alertan gritos, avisto otros marineros en ríos paralelos, algunos en problemas porque les tocó sortear rápidos y cataratas. ¿Soy capaz de hacer algo? No puedo dejar de lado esa pregunta. Pienso que la ética debería ser humana, sin importar de qué lado del río estemos. Creo que Sabato estaría de acuerdo conmigo.

martes, 16 de abril de 2013

Fragmento de un dispositivo de historia del año 2400


Érase una vez una sociedad de antaño, en donde todos los niños tenían que ir a escuelas por ley. Luego vino la reforma educacional, impulsada por las revoluciones de la época, pero totalmente desligada de sus principios. Insertó sistemas revolucionarios y estratificados. Ya no era obligación nacional ir al colegio y muchos de los padres tampoco lo hicieron obligación en sus casas, sobre todo los del nivel socioeconómico más bajo, pues ya venían con un sentido pleno de incompetencia en lo referente a la “educación”. Los políticos, ya cansados de fingir que incluían los intereses de todos en sus propuestas, empezaron libremente a abogar en pro de sus propios intereses y a desligarse de los que eran considerados gastos ineficientes o innecesarios.  Comenzó así la generación de un nuevo poder, el orden de los niños en asociación en las calles. Los chicos crecieron, pandillas y mafias en masa se disputaban los apretados territorios de la creciente ciudad. Se iban eliminando uno contra uno, diez contra diez, masacres de familias y clanes enteros por vendettas. Sus tácticas se refinaron a tal punto que ni la estrategia militar pudo poner fin a esa destrucción territorial perpetua. Luego los políticos recurrieron a su carta bajo la manga, los medios de comunicación. Mientras la masacre fuera reglamentada y legal se mantendría a todos contentos. Bajo este lema surgieron una serie de realities, los que competían por mostrar las habilidades delictuales más letales. Lentamente comenzó el culto delincuencial y se esparció por todos los estratos. La televisión y los otros medios eran basura y nadie, aparentemente, podía hacer nada por cambiar esto. Pronto ya no hubo espacio para la justicia general, pronto las reglas y generalizaciones comenzaron a caer, así como las regularidades, rutinas y hábitos. Comenzó la Era Concreta, en la que se alababa el estado animal de existencia, pero no cualquier estado animal, si no el de la depredación. Esta no fue sólo en el sentido metafórico, como en el desarrollo de la prostitución de carácter abusivo o la existencia de mecanismos eficaces para homicidios en máquinas expendedoras, si no que llegó a su nivel más concreto en época de hambruna: el canibalismo. Esto ocurrió preferentemente en las ciudades, pues las personas que predicaban ideales espirituales o de amor se vieron forzadas a erradicarse en zonas rurales a o exiliarse en otros países. Para países más poderosos Chile, en conjunto con otros países, comenzó a ser un peligro de corrupción, más aún, de terrorismo. Es por eso que el año 2154 se aplicaron los primeros campos de acero magnético para aislar a los países que proseguían en esta escandalosa realización de “la ley del más fuerte”. Por otro lado, estos países poderosos tuvieron su propia evolución en base a los parámetros del dinero, el que, como ya sabemos, alcanzó dimensiones sorprendentes de influencia y acabó con gran parte de la población mundial.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El día en que Don Francisco...


Don Francisco estaba de vacaciones en ese resort tropical que tanto le gusta. Es exclusivo para gente adinerada y famosa, tan exclusivo que pocos periodistas conocen su ubicación real. Para el resto es sólo un mito, un mito glamoroso y de moda. Esa primavera el clima estaba agradable, como de costumbre, también las terrinas de salmón, los baños termales y los masajes aceitosos. Pero algo empezó a incomodar a Don Francisco, algo que venía de su interior, una incomodidad que no amainaba con los placeres que usualmente le hacían poner la mente y los ojos en blanco. La molestia inefable se paseaba con él cada matiné, vermut y noche, hasta que una mañana encontró su punto de anclaje.

Don Francisco leía el diario en el restorán del spa, mientras sorbía su café vienés. En la mesa quedaban migajas de medialunas rellenas con manteca y de pan de nuez. También quedaban restos del paté de ave con oporto. Apareció el mesero, preguntando si necesitaba algo más y comenzó a guiar tendenciosamente la conversación para obtener un autógrafo del renombrado. Este no estaba de humor, por lo que se quedó mirando hacia la ventana sin contestar. En ese momento le pareció ver un animal pequeño, corriendo hacia los espesos matorrales que rodeaban el jardín. Interrogó al mesero por el curioso animal, pero el joven no alcanzó a divisarlo. Fácilmente lo convenció para que fuera en busca del animalejo. Se quedó observando desde su mesa al menudo joven buscar y buscar al mamífero sin éxito. Le pareció absurda la situación y se observó también a sí mismo: la gente lo respetaba sin tener él que hacer nada. Podía mandarlos a freír monos, literalmente, y se lo concederían. Incluso podría haber inventado todo el asunto del animal sólo para librarse de dar el autógrafo.

Durante el paseo de mediodía por los senderos de árboles exóticos, cuestionó la actitud que la gente común tenía con él. Eran serviles y le atribuían características que él, bien en el fondo, no sentía que tuviera. Claro, no podía reconocerlo frente al mundo, pero si se atrevía a ser sincero consigo mismo, no era ni la mitad de inteligente, ni culto, ni amable de lo que la gente pensaba que era. Sí era astuto, debía reconocerlo. Eso lo llevó donde está. También que siempre pensó que debía existir gente así para él, gente que lo atendiera, que lo considerara de alto estatus. Para eso no encontraba mucha explicación y se extrañaba de estar cuestionándoselo ahora, después de tantos años de haber vivido así. Iba rumiando estas cosas cuando, de pronto, se atravesaron corriendo por su camino dos animales, parecían roedores, ratones quizá, no estaba seguro. Se volteó a corroborar lo visto con su acompañante, quien iba distraída y no le sirvió de testigo. Le dieron ganas de insultarla. De alguna manera, se sentía dueño de ella, ya que él estaba pagando todos sus gastos en el resort. Se sorprendió al verse, por primera vez, incómodo con esta situación ¿cómo era posible que él buscara rodearse de gente por esos medios, pagando por su compañía? ¿Realmente lo querían? ¿alguien realmente lo quería a él y no a su personaje de famoso? ¿él era él?

Su incomodidad fue creciendo a lo largo del día. A la tarde se sentía agitado. Necesitaba escapar, no sabía bien de qué o a dónde. Salió a correr, obligándose a dejar de lado el hecho de que eso podría llevarlo a la muerte, el footing no formaba parte de sus hábitos. Sentía ganas de hacer algo distinto.

Mientras trotaba vinieron a su mente recuerdos. Se veía a él, hace algunos años, gritándole a su productor. A su chofer. Al estafeta. A su cocinera. A su hija. Empezó a pensar que la incomodidad que sentía era nada menos que un sentimiento poco usual en él: culpa ¿Pero por qué ahora, después de tantos años?

Paró exhausto, se sentó con dificultad a los pies de un árbol del camino. Palpitante, miró al cielo y vio asomarse un animalito por entre las ramas del árbol. Se asustó de comienzo, intentó calmarse pensando que podían ser animales inofensivos y más asustadizos que él. Se levantó en busca del animal y encontró otro, bajo el árbol, muy cerca de él. Era similar a una ardilla. Se lamía frenéticamente las manos. Don Francisco oscilaba entre el asco y la ternura. También estaba intrigado. Ya le habían dicho en el hotel que habían desratizado todo el lugar, miles de hectáreas. También estaba fumigado. No era posible que un solo bicho o animal merodeara ese excepcional lugar de descanso. Sin embargo, ahí estaba. Se miraron unos segundos con delicada extrañeza. No fue el animal el que corrió primero. Pasó que a Don Francisco le aterrorizó el pensamiento de que esos animales sólo estuvieran en su cabeza. Hasta el momento nadie aparte de él los había visto. A simple vista era una coincidencia, pero si no fuera así… Mientras arrancaba, un sonido vago de antaño se apoderó de su mente: “¡Y fuera! ¡Y fuera! ¡Y fuera!”.

Llegó corriendo al hotel, sintiéndose muy acelerado y nervioso. Al parecer era el único en ese estado. Dio un vistazo a su entorno y vio las familias felices, las parejas riendo, la gente acomodada sintiéndose realmente cómoda. Por primera vez se sentía ajeno al lugar al que creía pertenecer. Pensó en subir a su habitación, sumergirse en agua caliente seguramente lo calmaría. Iba doblando por la parte posterior del hotel, cuando aparecieron justo frente a él tres ardillas como las que había visto antes, solo que estas vestían pijamas.

La cabeza de Don Francisco no podía más. De pronto se sintió como en otra dimensión, donde cosas estrafalarias e inciertas podían pasar. Miraba boquiabierto a las ardillas. Sus pijamitas eran como los de los niños, cada una vestía uno distinto. La ardilla más larga llevaba uno blanco con avioncitos celestes. La pequeña, uno rosado tipo vestido, con cintitas de raso. La tercera, un enterito amarillo pato. Confuso y enojado consigo mismo por volverse loco, Don Francisco buscó frenéticamente un lugar donde sentirse seguro, un lugar conocido y predecible. Con paso rápido fue directo al puerto de yates.

Al caminar por la madera sobre el agua recordó la primera mujer que llevó a su yate. Era una mujer de hermosas piernas, tal como las que le sucedieron a granel. Pensó que por recordarla no era tan frío, como le echaban en cara a veces. Algo de su corazón se encogió al recordar su juventud. Se dio cuenta de que necesitaba un trago, urgente. Se dirigió al restorán flotante que había allí. Abrió la puerta y un extraño estaba justo en la entrada. Este lo miró y se vislumbró en sus ojos un atisbo de reconocimiento, mientras su dedo índice derecho se alzaba para apuntar a Don Francisco y en su cara nacía la sonrisa complaciente que, a estas alturas, Don Francisco detestaba. Antes de iniciar ese rito común y estéril, Don Francisco dio dos pasos atrás, cerrando la puerta con fuerza, dando media vuelta. Nunca más lo volvieron a ver.

martes, 18 de diciembre de 2012

Aceptar

Alternar el modo heavy con el modo light
como siguiendo una pulsación natural
encontrando un ritmo parecido al de la vida
(esa que da y que quita)
que hace posible aferrarse y arriesgarse
soltar y arriesgarse otra vez

El sonido pulsátil te recuerda
que no se escapa, siempre se vuelve
que no se vuelve, siempre es algo nuevo
Apreciar esa novedad con esencia
con  tu esencia
es aceptar.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una opinión y exigencia


El otro día, a propósito de la muestra actual del CCPLM, pensaba en el arte de los tiempos de guerras mundiales: pollock, los surrealistas, los pintores abstractos. Imaginé que todos surgieron buscando la libertad, ofreciendo al mundo su libertad contenida en sus cuadros: la realidad no podía ser como estaba siendo contada hasta ese momento, debía haber más, algo más allá, algo desconocido, eso inaccesible socialmente, que sólo fue posible artísticamente de acceder. Desobedecer a las formas, a la realidad, acceder a una subjetividad más que a buscar una verdad objetiva. La verdad no estaba en la generalidad y en las buenas formas.
Pienso que el arte debe contribuir al mundo real, a la sociedades planteando el complemento, el tiempo futuro, el deseo y la necesidad humana.
La pregunta ahora es: qué es lo que debería mostrar el arte contemporáneo? Qué es lo que nos está mostrando? Qué es lo que debe y sólo puede ser expresado a través del arte? El arte es el precursor de la historia de la humanidad, para eso existe y lo creo con convicción, con una certeza pseudo psicótica.
Pienso seriamente que deberíamos superar nuestra noción de individualidad. La persona está sobreexaltada, en desmedro del nosotros, del somos. Quizá es hora de darnos cuenta de que no somos cosas distintas tú, yo. Somos todos uno. Creo que esa es la misión a comprender y emprender.
La paz es un concepto que ha andado revoloteando desde hace décadas. Se quiere calar en las reglas de la vida. La gente la desea. Mientras no respetemos a los otros como a nosotros mismos, pero en un sentido muy concreto y real, no habrá paz. La gente habla de la paz, pero no sabe cómo llegar a ella. O sabe, pero no lo intenta, porque hay una brecha aún entre la realidad de los hechos, las acciones y las ideologías. Nadie, o pocos, llevan una vida coherente con sus principios. Pocos se atreven a esa radicalidad. Se cobijan cual palomas en el entretecho bonito de la gran casona de la sociedad. Después de todo, es la casa más bonita, con más recursos y es un lugar seguro. Pero ninguna de esas palomas es libre. No saben volar porque pocas son las que han dado el ejemplo. Como nadie sabe mucho de ellas luego de que desertan. La mayoría retoza en la comodidad de lo normal, lo común, lo conocido, haciendo vivir como dioses a las columnas que sustentan la casona, el saber establecido y las buenas costumbres, entre otros. Las burocracias y los protocolos. Quizá por eso mucho del arte tiene una dimensión social: trata de denunciar, de poner en evidencia el encierro, la falta de alas.
Pero nos falta el otro arte, ese que te indica la dirección a seguir, ese que te desviste de los andrajos y te pone ropa nueva. Ya basta de denuncias, vamos al paso siguiente