sábado, 30 de agosto de 2014

Reflexiones post-Sabato

Estuve leyendo una de las últimas obras de Ernesto Sabato y a su término me dejó sumida en preguntas, como todo buen libro. Como un deshielo que da origen a una veintena de ríos, prefiero subir mi balsa a uno de ellos, a ver hacia dónde me lleva. Sabato postula el dolor como factor clave en la evolución de la humanidad, de su historia individual y colectiva. El sufrimiento sería el que gatilla y permite cambios y, así, sería capaz de engendrar novedad. Asimismo, pone al sentimiento trágico como  catalizador para la creación artística. Ejemplifica con su propio gran descontento ante la miseria y el dolor humanos, su lucha por encontrar a Dios en los desdichados. De esta forma pudo plasmar historias en sus personajes, con la esperanza de poder aplacar las angustias existenciales de sus lectores, ser una “tabla en el mar” a la cual pudieran aferrarse. Ejemplifica también con las biografías de grandes genios inmersos en la melancolía o la pobreza total, como Rimbaud, quien es uno de los que “su destino es la belleza”. La belleza reside para Sabato en una experiencia intensa, pero hay que hacer notar que su definición se entrega mucho más al rango desgarrador de las emociones. En “Antes del fin” Sabato se muestra bastante apocalíptico respecto al futuro y lo es también la forma misma de relatar su historia, plagada de injusticias sociales que parecen nunca encontrar paz. El motor de Sabato estaba en su dolor, en su confusión, también en su esperanza. Encontraba alivio en la verdad y en la belleza, con anhelos de escapar de y mejorar a la vez este mundo.

Me pregunto si el sufrimiento y la angustia serán las únicas fuentes de autenticidad humana. Siempre que llego a este punto, me encierro en el mismo callejón ¿Qué es lo que se puede considerar auténticamente humano? ¿es la verdad algo humano? ¿el dolor? ¿la belleza?. Me pregunto si una vida de dolor, excesos e inmoderaciones es lo que termina desembocando en una existencia artística. Me pregunto si el dolor es el único motor que puede mover la gran maquinaria creativa que llevamos dentro. Una intuición me dice que no es la única vía, aunque tal vez mi ingenuidad en estos temas me hace desear que no fuera la única forma.

¿Qué hay del entusiasmo, la adrenalina, la vitalidad, la alegría y los placeres? Me molesta cuando se toman por banalidades, por aspectos superficiales y encubridores de La Gran Verdad, identificada esta con una experiencia límite en torno a la cuasi destrucción del ser. No apoyo esta veneración a la angustia como origen único de la verdad o la creación. Sin embargo, es muy valioso que quienes han tenido este tipo de existencias se sientan agradecidos de su sufrimiento, pues para ellos fue motivo de crecimiento. Se quemaron y renacieron de las cenizas todas las veces que pudieron, hasta extinguirse.

Creo que desde el lado luminoso de la existencia hay motores que mueven a creaciones verdaderas, tan rebosantes en belleza y novedad como las creaciones de los grandes nostálgicos de todos los tiempos. Tal vez el poder destrozador de paradigmas de estos trágicos personajes de nuestra historia viene  sacado directamente de sus existencias marginales. Estoy de acuerdo que mientras más se adapta la persona al sistema, más normalizada se vuelve, lo que puede crear es nada nuevo bajo el sol. ¿Será la insatisfacción un factor incidente en crear algo valioso? Intuitivamente, pienso que sí, pero ¿debe ser esta insatisfacción permanente para que rinda frutos?

Puede que sea cuestión de énfasis, en cuál impulso o voluntad es pionera de nuestra propia y particular existencia. Una persona angustiada la mayor parte del tiempo puede encontrar en el arte una escapatoria, una catarsis. Puede que lleve su vida en torno a esta desembocadura de sus tortuosas cavilaciones. Más no toda persona sufriente encuentra esta solución. Por el lado opuesto, una persona que no sufre puede nunca llegar a incomodarse demasiado como para querer crear algo más que lo que tiene ya a disposición. Sin embargo, hay quienes tienen sentido de compasión y se conmueven e inquietan por la miseria ajena y esto los motiva a crear. Me pregunto ¿habrá otro tipo de persona, no esencialmente sufriente ni compasiva, pero sí lo suficientemente incómoda como para ejercer el oficio de alquimista en cualquiera de sus ramas? ¿Cuál será el motor generativo para esta persona, si no es la compasión o el dolor propio? ¿Será el instinto por conocer? ¿Será la compulsión de cruzar el umbral de lo común e ir más allá? Y ¿puede esta voluntad llegar a tener la urgencia necesaria para toda creación? Quiero creer que sí, pues no me resigno a tener una vida neurótica y desdichada para poder crear. Tal vez sí hay que estar un poco loco, divergir en hábitos para llegar a verdades haciendo otros senderos, tal vez atajos, tal vez vueltas más largas. El tiempo no es algo con lo que quiera luchar ya. Quisiera desmarcarme del apuro de las horas y reemplazarla por la sensatez de la necesidad. Lo último que quiero es entablar una carrera conmigo misma -o peor aún, con otros- para convertirme en una máquina  creativa. Pienso que las circunstancias de nuestras vidas dictan el ritmo al que podemos soltar un regalito al mundo, unos versos sinceros, unas imágenes capaces de habitar a quien las vea.

Me recuesto de espaldas en mi balsa, disfrutando su navegar y el sol entibiando mi cuerpo, haciendo un perfecto equilibrio con el fresco ese del viento. Luego de un momento me alertan gritos, avisto otros marineros en ríos paralelos, algunos en problemas porque les tocó sortear rápidos y cataratas. ¿Soy capaz de hacer algo? No puedo dejar de lado esa pregunta. Pienso que la ética debería ser humana, sin importar de qué lado del río estemos. Creo que Sabato estaría de acuerdo conmigo.