Abro los ojos, tengo un dolor de cabeza oscilante. Miro a mi alrededor y sé dónde estoy. No puedo creer que después de este arduo día de trabajo, que después de todos estos días de trabajo pesado, me encuentre aquí, encerrada al final. El olor a humanidad rancia es indescriptible, entra a mis pulmones sin que lo pueda evitar. Creo que todos estamos algo decepcionados por tener que terminar aquí hoy. “Menos mal no estamos sin ropa”, pienso en busca de un pensamiento más pesimista que los que me suscita el cuadro actual. Y es cierto. Menos mal que el olor a cebolla de ese señor no se expande aún más. Miro su cara ajada. “Debe haber tenido una vida muy dura, quizá siempre fue un maestro de obras”, se me viene a la mente. Más allá una embarazada, parada sobre sus tobillos rechonchos, sin un lugar cómodo dónde pasar este calvario. Pienso en la criatura que va en su vientre “Es increíble que aún no habiendo nacido podamos experimentar lo que es ser humano”, después de todo, sólo hay una capa de placenta y piel que nos separa del mundo y de sus circunstancias. Eso del útero como el lugar infinitamente feliz no me lo compro.
Me gustaría tener un poco más de espacio. Me molesta tocar personas que no conozco. Lo terrible del asunto es tener que mirar sus caras. Unos se ven muy cansados. Otros enojados. Algunos resignados, quizá porque aquí ya no hay apuro que valga. Me impresiona ver algunos –contrafóbicos, pienso- cotorreando animados, hasta por los codos ¿Tendrán ellos eso llamado esperanza? Pienso que creer en algo me haría las cosas más fáciles ahora. “Mierda, hubiera traído el mp3” pienso, mientras creo de verdad que esto será eterno. Y cuando ya no resisto más ¡Al fin! He llegado a mi estación, aquí me bajo yo.
1 comentario:
Encuentro que está súper bien escrito el texto, le Popó. No me había percatado de tu talento... o quizás has mejorado demasiado.
Es como para un Santiago en cien palabras, pero en 500 (o las que sean).
Eres muy bakán, Popi :) Angh!
Publicar un comentario